GuardianLuna-1999

Parte 2. Axel y Dalia. Capítulo 3. Johann Lorenz y Renée Klein se casaron en Viena, más de dos años después de que lo hicieran Alexander y Adrianne. Johann decidió dar el gran paso en la boda de sus dos mejores amigos pues, al verlos tan felices y enamorados, el pianista se dijo que Renée y él ya eran prácticamente marido y mujer, y que lo único que les faltaba era certificarlo ante la ley; si Johann no hubiese tenido contacto con este mundo cruel, probablemente habría dicho que ni Renée ni él necesitaban papeles para certificar su amor, pero habiendo tenido una adolescencia y

Parte 1. Patrick y Gabriela. Capítulo 2. Tras conocer la sorprendente oferta que Patrick tenía preparada para ella, Gabriela perdió momentáneamente el aplomo y no supo cómo guiar adecuadamente la conversación, olvidando los temas que tan cuidadosamente había planeado tratar con él. Patrick comprendió que ella estaba muy alterada y le dio su espacio, haciendo comentarios ocasionales acerca de las cosas que le parecían curiosas y sobre sus impresiones generales de la ciudad, la cual le gustaba por esa curiosa mezcla de modernidad e ideología pasada de moda que tanto la caracterizaba. Ello

ATENCIÓN: Esta historia es un spin-off complementario de mi novela “El Sonido del Silencio”, así que para entenderla es necesario leer dicha novela primero. Nunca diremos adiós. Parte 1. Patrick y Gabriela. Capítulo 1. En el Aeropuerto Internacional de Frankfurt, el sentimiento general de los presentes era de tristeza aunque, sin duda, el que peor la estaba pasando era Patrick Lorenz. Su amante estaba por marcharse del país y él no había podido hacer algo para evitarlo, aunque tampoco era como si estuviese en sus manos hacerlo. Gabriela Teyer había ido a Europa para ver a su hermana y, da

El Buzón de los Obsequios. Viena, Austria. Adrianne Teyer-Wald se sorprendió cuando vio una carta sobre lo que a su hermana le daba por llamar “su escritorio de literata” (a pesar de que Gabriela no sabía bien lo que significaba la palabra “literata”). Ese lujosísimo escritorio de caoba era el sitio en donde Adrianne se sentaba a plasmar ideas para sus nuevas novelas y era tratado como si fuese un recinto sagrado, casi nadie se atrevía a sentarse ante él ni, mucho menos, arrancar alguna de las hojas de sus blocs de notas para garrapatear algo sobre ellas. Sin embargo, ahí había